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Sagot :
El Cipitío
Es un niño que no envejece es simpático y agradable de aproximadamente 10 años, moreno, cabello negro, estomago un poco abultado, descalzo, hijo de la Siguanaba; le gusta pasear y silbar por los ríos, riachuelos, barrancas, quebradas y bosques; se alimenta de frutas de la campiña y de ceniza que encuentra bajo los comales y sobre los polletones (cocinas de los campesinos).
Algunas veces le gusta importunar a las muchachas persiguiéndolas juguetonamente y lanzándoles piedrecillas o flores. Viste camisa y pantalones de manta, usa sombrero grande de paja. No es un espíritu malo, es amigo de los niños y niñas y sólo asusta a quienes son mal portados y perezosos con el fin de que se conviertan en personas buenas y laboriosas.
La Siguanaba
Es una historia acerca de ella.
Una noche, un señor regresaba a caballo de una fiesta, teniendo que recorrer una gran distancia como de 10 kilómetros para regresar hasta su casa. Pasadas las once y saliendo del poblado pasó por el cementerio, se oyeron entonces las campanadas de la iglesia anunciando la hora.
Caminó largo trecho, en el camino encendió un puro y se lo fumó, subiendo largo rato por altas lomas y bajando cuestas pronunciadas. Tranquilamente sentía la brisa de la noche cruzando por los cañales, llegando al grado de sentir somnolencia. Recorrió largo trecho por una planicie hasta llegara a una quebrada arenosa, cruzó el río y subió una cuesta adentrándose en en una sombra más densa producida por el follaje tupido del lugar, sintió que se le erizaba la piel, y le entró un gran escalofrío por la espalda.
El caballo relinchó enojado por el exceso de carga, y de repente el hombre sintió que lo abrazaban por detrás a la altura de su espalda en dirección a los pulmones. Sintió la provocativa caricia sensual de unos senos grandes y tersos de mujer joven que lo acariciaba con lujuria. El hombre quiso ver quien lo abrazaba y solo vió la silueta de una mujer con oscura melena alborotada. Inmediatamente vió que en su cuerpo a la altura del pecho dos brazos blancos femeninos que terminaban en finas manos las cuales tenían uñas afiladas.
Se hechó a correr montado en su caballo, cerró sus ojos y salió disparado como loco perdiendo en la carrera su sombrero. No se detuvo sino hasta llegara a su pueblo, muy nervioso casi no se pudo bajar del caballo y con sollozos y alta fiebre se acostó en su cama. El hombre se durmió muy enfermo y asustado. Al amanecer la cabeza le picaba desesperadamente y al peinarse le salían grandes piojos negros. Todos los familiares concordaron en que la Siguanaba había asustado a nuestro amigo, y le aconsejaban para que no le fuera a ocurrir lo mismo.
Las recomendaciones eran que bastaba con llevar en el bolsillo izquierdo un pedazo de tela color rojo, o llevar en el sombrero una cruz de alfileres. Dicen que la Siguanaba sólo les sale a los hombres solteros y a los “amancebados” (parejas no casadas por la iglesia); a los niños, a los viejos, cuando no portan medallas, cruces o escapularios benditos
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