Cuando Flores se hizo reelegir para su tercer periodo, mediante la Constitución de 1843, con la cual quiso eternizarse en el poder, R. volvió a romper con su antiguo amigo, con la misma virulencia que en 1833. Senador en aquella Convención, como representante por Cuenca, estalló en ataques a Flores y, acto seguido, se exilió voluntariamente en Lima, desde donde desató una terrible campaña mediante cartas impresas «A la Nación», vitriólicos proyectiles que al circular en Ecuador produjeron dos años más tarde la Revolución del 6 de marzo, que puso fin al largo régimen de Flores. El nuevo Gobierno le envió como diplomático al Perú. Actuó luego como diputado en la convención de Cuenca y fue presidente del Senado en 1846. Siendo plenipotenciario en Lima, allí m. cristianamente el 16 mayo 1847. R. es una de las más altas figuras de la historia del Ecuador. Todos los historiadores, de diversa tendencia, lo han reconocido así. Liberales y conservadores han visto en él, en muchos aspectos, un antecesor de su política. R. no fue sólo un político de garra, un escritor pulcro (sus obras completas abarcan 15 vol.), un magistrado enérgico y un estadista singular, fue quizá uno de los primeros y más acertados sociólogos ecuatorianos; sus «Mensajes» como magistrado aún tienen validez. Fue en realidad él quien puso las bases orgánicas de la República del Ecuador, fundada en 1830 por Flores sobre el antiguo Reino de Quito.
