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medir el poema aniversario de Medardo Ángel Silva

Sagot :

paj
este es el poema:
¡Hoy cumpliré veinte años: amargura sin nombre
de dejar de ser niño y empezar a ser hombre,
de razonar con lógica y proceder según
los Sanchos profesores del Sentido Común!

¡Me son duros mis años —y apenas si son veinte-;
ahora se envejecen tan prematuramente,
se vive tan de prisa, pronto se van tan lejos,
que repentinamente nos encontramos tan viejos,
enfrente de las sombras, de espaldas a la Aurora,
y solos con la Esfinge siempre interrogadora!

¡Oh, madrugadas rosas olientes a campiña
y a flor virgen! —entonces estaba el alma niña—
y el canto de la boca fluía de repente
y el reír sin motivo era cosa corriente.

Iba a la escuela por el más largo camino
tras dejar, soñoliento, la sábana de lino,
y la cama bien tibia, cuyo recuerdo halaga
solo al pensarlo ahora; aquel San Luis Gonzaga
de pupilas azules y riza cabellera
que velaba los sueños desde la cabecera.

Aunque yendo despacio, al fin de la callejuela
acaba, y estábamos al frente de la escuela
con el «Mantilla» bien oculto bajo el brazo;
y haciendo, en el umbral, mucho más lento el paso.
Y entonces era el ver la calle más bonita,
más de oro el sol y más fresca la mañanita.

Y después, en el aula, con qué mirada inquieta
se observaban las huellas rojas de la palmeta
sonriendo, no sin cierto medroso escalofrío
de la calva del dómine y su ceño fruncido...

Pero, ¿quién atendía a las explicaciones?...
¡Hay tanto que observar en los negros rincones!
y, además, es mejor contemplar los gorriones
en los hilos; seguir el áureo derrotero
de un rayito de sol o el girar bullanguero
de un insecto vestido de seda rubia o una
mosca de vellos de oro y alas de color de luna.

¡El sol es el amigo más bueno de la infancia!
¡Nos miente tantas cosas bellas a la distancia!
¡Tiene un brillar tan lindo de onza nueva! ¡Reparte
tan bien su oro que nadie se queda sin su parte!
Y por él no atendíamos a las explicaciones;
ese brujo Aladino evoca visiones
de las Mil y una Noches de las Mil Maravillas
y beodas de sueños, nuestras almas sencillas,
sin pensar, extendían las manos suplicantes.

¡OH!, los líricos tiempos de la gorra y la blusa
y de la cabellera rebelde que rehusa
la armonía de los peinados maternales,
cuando íbamos vestidos de ropa nueva a misa
dominical, y pese a los serios rituales,
al ver al monaguillo saltábamos la risa!

¡OH!, los juegos de novias de traje de las rodillas,
los besos inocentes que se dan a hurtadillas
a la bebé amorosa de diez a doce años,
y los sedeños roces de sus rizos castaños
y las rimas primeras y las cartas primeras
que motivan insomnios y producen ojeras!...

¡Adolescencia mía: te llevas tantas cosas
que dudo si ha de darme la juventud más rosas
y siento como nunca la tristeza sin nombre
de dejar de ser niño y empezar a ser hombre!...

¡Hoy no es la adolescente mirada y risa franca,
sino el cansado gesto de precoz amargura
y esta alma que fuera una paloma blanca
triste de tantos sueños y de tanta lectura!...
Esposa Inevitable, dulce Hermana Tornera, 
que al llevarnos dormidos en tu regazo blando 
nos das la clave de lo que dijo la Quimera 
y en voz baja respondes a nuestros cómo y cuándo;
Apenas si fulgura mi lámpara encendida, 
derroché mis tesoros como una reina loca, 
me adelanté a la cita y, al margen de la vida, 
ha dos siglos que espero los besos de tu boca!