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Sagot :
La tercera persona gramatical habla de una ella, un él o ellos. Esta persona gramatical se usó en los cuentos de tradición oral. Desde una distancia casi mítica, es obvio que ni el universo ni los dioses cuentan sus propias historias, sino que los seres humanos son quienes las refieren a partir de lo que los abuelos contaban. Con el tiempo, esta manera de narrar fue convirtiéndose en un recurso de objetividad, es decir, si el narrador no estaba involucrado en la historia, podía mantenerse al margen de la emoción. Desde luego que para el cuentista, dar la impresión de objetividad puede ser un recurso que convenza al lector de que lo que se cuenta en realidad sucedió. Por ejemplo: nadie pone en duda que el lobo habló con Caperucita, ni que éste se disfrazó de la abuela, cuando en términos reales eso es imposible; es evidente que al encontrarse con la tercera persona, el lector, inconscientemente, hace el pacto narrativo de creer lo que le dice este narrador de la ficción. espero que te sirva de ayuda esto..!! :D
Respuesta:
Hubo una vez un viejo castillo en medio de un grande y denso bosque, y en él sólo vivía un viejo hombre que era un brujo. Durante el día él se convertía en un gato o en un búho gritón, pero al anochecer tomaba de nuevo su forma humana. Él atraía hacia sí bestias y pájaros, para luego matarlos y hervirlos o asarlos. Si alguien se acercaba a cien pasos del castillo, se quedaba paralizado donde estaba, y no podía moverse hasta que él le permitiera moverse. Pero en cualquier momento que una inocente doncella pasaba dicho círculo, la transformaba en un pájaro, y la metía en una jaula y la llevaba a un salón del castillo. Ahí tenía cerca de siete mil jaulas de exóticos pájaros.
Ahora bien, había una vez una doncella llamada Yorinda, que era más hermosa que las demás muchachas. Ella tenía un joven pretendiente llamado Yoringel, con quien se había comprometido en matrimonio. Ellos estaban en los días previos a los esponsales, y su mayor ilusión era estar juntos. Un día, con el fin de poder conversar en quietud, salieron a caminar por el bosque.
-“Ten cuidado”- dijo Yoringel, -“recuerda que no debes de llegar muy cerca del castillo.”-
Era un bello atardecer, el sol brillaba entre los árboles, contrastando con la espesura del bosque, y las palomas daban sus melancólicos cantos sobre las jóvenes ramas de los árboles de abedul.
De pronto y sin saber por qué, Yorinda empezó a llorar y se sentó a la luz del atardecer muy triste. Y Yoringel también se puso triste, y se sentían tan mal como si estuvieran a punto de morir, o presintiendo algo extraño. Entonces miraron alrededor y se dieron cuenta de que se habían perdido, pues no sabían por cual camino emprender el regreso a casa. El sol estaba aún terminando de ponerse.
Yoringel miró entre los arbustos, y vio las viejas paredes del castillo al alcance de sus manos. Se horrorizó y se llenó de un temor de muerte. Yorinda estaba cantando:
-“Mi pequeño pajarito, con lacito rojo,
canta triste, triste, triste,
canta que pronto la gaviota morirá,
canta triste, tris…, cuu, cuu, cuu…
Yoringel miró a Yorinda. Ya se había convertido en ruiseñor, y cantaba:
-“cuu, cuu, cuu…”-
Un bullicioso búho con ojos saltones voló tres veces sobre ella, y tres veces gritó:
Yoringel no pudo decir nada, ni moverse de su sitio. El ruiseñor ya no estaba. Al rato el hombre volvió y dijo con una voz profunda:
-“Te saludo Zachiel. Si la luna brilla en la jaula, Zachiel, suéltalo de una vez.”-
Entonces Yoringel quedó libre. Él se arrodilló ante el hombre y le rogó que le devolviera a Yorinda, pero le contestó que nunca la volvería a tener de nuevo, y se retiró. El gritó, lloró, se lamentó, pero todo en vano.
-“¿Ay, qué irá a ser de mí?”- se dijo.
Yoringel se fue de allí, hasta que llegó a una desconocida villa, donde se quedó cuidando ovejas por largo tiempo. A menudo rondaba alrededor del castillo, pero sin acercarse demasiado. Una noche por fin soñó que se encontraba una flor roja que tenía al centro un bella y grande perla, y que él tomaba la flor e iba al castillo, y que todo lo que tocaba con la flor quedaba libre de hechizos, y además soñó que por ese medio recobraba a Yorinda.
En la mañana, cuando despertó, él comenzó a buscar por valles y colinas a ver si podía encontrar a esa flor. Y buscó hasta el noveno día, y entonces, temprano por la mañana, encontró la flor roja. En el centro tenía una gran gota de rocío, tan grande como la más fina perla.
Por días y noches él se encaminó hacia el castillo. Y cuando estuvo a cien pasos, esta vez no quedó paralizado, y caminó hasta la puerta. Yoringel se sintió lleno de dicha. Tocó la puerta con la flor, y se le abrió. Entró y avanzó por los salones, buscando el sonido de los pájaros. Por fin los escuchó. Y se dirigió en esa dirección hasta llegar al lugar apropiado. Allí estaba el brujo alimentando a los pájaros en las siete mil jaulas.
Cuando vio a Yoringel se enojó, se enojó muchísimo, y lo maldecía y le lanzaba veneno y hiel, pero no se le pudo acercar siquiera a dos pasos de él. Yoringel no le prestó mayor atención, sino que se fue a mirar a las jaulas con los pájaros, pero había cientos de ruiseñores. ¿Y cómo haría entonces para encontrar a Yorinda?
Estaba justo en eso cuando vio al brujo retirarse silenciosamente con una jaula con un ruiseñor en ella, y que se dirigía hacia la puerta.
Rápidamente se fue tras él hasta alcanzarlo, tocó la jaula con su flor y también al viejo hombre. Éste ya no pudo embrujar a nadie más, y Yorinda tomó inmediatamente su forma original, lanzándose a los brazos de Yoringel llena de felicidad.
Explicación:
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