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ayudenme 5 poesias chorreranos
de panama

Sagot :

shikiz
LAS CAMPANILLAS

Cundo en las tardes de sol radiante
miro en silencio las campanillas,
cómo recuerdo que son las reinas
de las murallas y de las ruinas.
Entre las grietas de los escombros
se adhiere el tronco que las anima,
y allí florecen meditabundas,
tan solitarias, tan amarillas.
Es que los muros que se desploman
tienen historias que las contristan, 
como de cosas que se recuerdan,
como de cosas que nos lastiman.
Un sentimiento dulce, piadoso,
parece a veces que las cautiva,
las emociona lo que envejece;
las enamora lo que agoniza.
Acaso sienten de la intemperie
la desolada tristeza íntima
de viejas glorias, pasadas pompas
que el tiempo esparce como cenizas.
Nunca en los tiestos de las ventanas
divinos labios las acarician,
y en los cabellos de las hermosas
jamás se ostentan las campanillas.
Nunca sonrientes entre los búcaros
ni en los festines gallardas brillan,
son tan humildes que da tristeza
verlas tan solas, tan amarillas.
Como canciones nocturnas oyen
de aves siniestras la voz fatídica,
y de la turba de los murciélagos
su extraño ruido las regocija.
En el silencio de las tinieblas
tal vez escuchen entre las ruinas,
la amarga nenia de los recuerdos
que en viejos muros canta la brisa.
Quieran los hados que de un escombro
vuele a mi tumba polvo de vida,
y allí que nazcan, y allí florezcan
meditabundas las campanillas.

NOCHE AUREA

En la luz de tus ojos que sueñan
con las tibias florestas del alba,
reverdece con frescos matices,
se colora con nieves intactas,
la ternura del sueño que brilla
con el soplo de nueva esperanza.
Cristalina te miro en la espuma,
cual celaje se pliegan tus alas,
vaporosa te alejas y tornas
como un vago rumor de palabras.
Es de noche: te espero, alma mía,
es de noche: despierta en mi alma;
que en el velo de luz matutina,
en las brumas de selvas lejanas,
en la sombra sanguínea de ocaso
toda augusta, magnífica y santa,
con la faz luminosa te miro
como el fuego sagrado del ara,
La pasión nocturnal, sugestiva,
que transmite con gritos de un arpa
tus nerviosas caricias que bordan
de esplendor la tristeza del alma,
da su voz más amable al silencio,
da con gotas de ajenjo sus lágrimas,
y en las noches de oro radiantes
al suspiro del numen, la gama
que doliente, fugaz, sensitiva,
del misterio columpia en la escala.
Rasga breve su vientre el letargo,
las visiones fulguran y pasan, 
unas tienen los cuerpos muy blancos,
otras llevan muy tristes las almas;
unas muestran la faz somnolente
por un signo fatal, otras marchan
coronadas las frentes invictas
con un manto de armiño a la espalda;
las que lucen los áureos cabellos,
las que tienen pupilas extrañas,
las que saben los signos del llanto,
las que agita feliz carcajada,
pasan ledas, en rápidos giros,
con la aurísona voz de las ansias,
y ninguna me dice tu nombre
ni diseña tus místicas gracias,
porque ignoran que vives de sueños
que se velan con tenues palabras.
Es de noche: despierta alma mía;
las tinieblas sañudas y bárbaras,
desgarrando su clámide oscura
bajo el oro de luz meridiana,
negro pórtico harán donde pueda
irradiar tu sublime nostalgia;
donde pueda impecable y eterna,
como flor de pasión y esperanza
ser más pura tu esencia divina,
ser más bella tu forma sagrada.

KARINA

Aquella tarde el gran rey le decía:
—Oye, si eres mía tendrás mi silla
de montar de oro y mi caballo gris,
un palacio de excelsa maravilla
donde cual reina te verás feliz. 
—No quiero corcel, palacio ni tu oro,
prefiero más mi honor que tu tesoro,
Karina respondía.
Y el gran rey le decía:
—Oye, con mi corona inmarcesible,
la mitad de mi imperio te daré,
nada a tu anhelo le será imposible
siendo yo el paje que estará a tus pies.
—Dálo a tu esposa. ¿Quiero yo grandeza?
Prefiero más mi honor que la vileza,
Karina respondía.
—Pues, oye: si no atiendes a mis males
tú, Karina, te verás
en tonel erizado de puñales
que a golpes mis esclavos rodarán,
—Si lo haces, mi Madre Inmaculada,
no me tendrá por débil ni culpada.
Vinieron los esclavos,
y Karina valerosa fue puesta en el tonel,
en tanto que del cielo bajaron dos palomas...
y que luego fueron tres:
Y vióse al mismo tiempo
dos cuervos del infierno que al dirigirse al rey
lo arrebataron hoscos, se lo llevaron lejos...
y que luego fueron tres.

EL HARPA

Vestida de blanco estaba; en el féretro
más blanca parecía:
¿Quién dicen la mató? ¡Nadie lo sabe!
Sólo recuerdan que al graznar de un ave
un hombre entre la sombra se movía.
¿Algún amante rudo y sanguinario
acaso no sería?
¿Alguno que la viera tan hermosa,
siendo envidia del alba y de la rosa
y ardiente de pasión la mataría?
Un mago formó un harpa de su cuerpo
que nadie tocaría,
y de un granado en flor en la pradera
colgóla misteriosa en donde fuera
vista por el que iba o que venía.
Y mustia y silenciosa estuvo el harpa
que nadie sonaría,
hasta una tarde que vibró estallante…
Y todos contemplaron al instante
al hombre que en la sombra se movía.

EL ENVIO

Herido de muerte el guerrero en la selva
al águila dijo:
Oh! tú, que el espacio con alas enormes
triunfante  le cruzas en vuelo imperial,
recuerda la carne de cuerpos deformes
que di a tu aguilucho en batalla campal.
Acércate, vuela ¡Oh! mi águila blanca!
por el beneficio,
antes que del pecho tu pico de acero
lleve a tu aguilucho mi gran corazón,
toma en tus garras mi escudo guerrero
y mi pañizuelo que es prenda de amor.
Entrega a mi hermano mi escudo y mi lanza,
y mi pañizuelo
a la que yo adoro de noche y de día,
a Dorinda mi amada, Dorinda la fiel;
Dorinda que endulza mi triste agonía
ahora que siento la angustia más cruel.
Ve, dile a mi hermano que vengue la sangre,
la sangre fraterna;
que empuñe mi lanza robusta, afamada,
surgiendo a la gloria en magnífica lid;
y con mi pañuelo, dirás a mi amada
que enjugue su llanto, rogando por mí.
El escudo y la lanza el águila blanca,
con el pañizuelo
los toma en sus garras, y rauda se interna
en hondas regiones con vuelo imperial…
y, ebrio al hermano lo halló en la taberna,
y vio que la amada ya se iba a casar.