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Sagot :
Las obligaciones:
Una ciudad que cumplía tan liberalmente con sus obligaciones, podía pedir mucho a cambio. Las relaciones del ateniense para con su ciudad, no suponían solamente derechos, sino también deberes.El Estado garantizaba la igualdad, la filantropía, la libertad y la responsabilidad personal pero, a cambio, exigía una serie de prestaciones y una disposición moral hacia la ciudad que conocemos a través del juramento de los efebos. Este juramento lo hacía el joven el año que llegaba a la mayoría de edad, antes de ser inscrito en el registro que le garantizaba su derecho de ciudadanía.El efebo recibía su armadura en presencia del Consejo de los 500. Juraba defender la ciudad, obedecer sus leyes y sus dioses, según los términos de un documento del siglo IV a.C.: "No deshonraré estas armas sagradas, no abandonaré a mis compañeros en la batalla, combatiré por mis dioses y mi hogar, solo o con los otros. No dejaré mi patria disminuida, sino más grande y más fuerte aún que lo que pude recibirla. Obedeceré las órdenes que la sabiduría de los magistrados me pueda dictar. Me someteré a las leyes en vigor y a las que el pueblo haga de común acuerdo: si alguien quiere abolir estas leyes o desobedecerlas, no lo soportaré, sino que combatiré por ellas, solo o con todos. Respetaré el culto de mis padres".
Una ciudad que cumplía tan liberalmente con sus obligaciones, podía pedir mucho a cambio. Las relaciones del ateniense para con su ciudad, no suponían solamente derechos, sino también deberes.El Estado garantizaba la igualdad, la filantropía, la libertad y la responsabilidad personal pero, a cambio, exigía una serie de prestaciones y una disposición moral hacia la ciudad que conocemos a través del juramento de los efebos. Este juramento lo hacía el joven el año que llegaba a la mayoría de edad, antes de ser inscrito en el registro que le garantizaba su derecho de ciudadanía.El efebo recibía su armadura en presencia del Consejo de los 500. Juraba defender la ciudad, obedecer sus leyes y sus dioses, según los términos de un documento del siglo IV a.C.: "No deshonraré estas armas sagradas, no abandonaré a mis compañeros en la batalla, combatiré por mis dioses y mi hogar, solo o con los otros. No dejaré mi patria disminuida, sino más grande y más fuerte aún que lo que pude recibirla. Obedeceré las órdenes que la sabiduría de los magistrados me pueda dictar. Me someteré a las leyes en vigor y a las que el pueblo haga de común acuerdo: si alguien quiere abolir estas leyes o desobedecerlas, no lo soportaré, sino que combatiré por ellas, solo o con todos. Respetaré el culto de mis padres".
LA VIDA PÚBLICA : La vida de un ciudadano de Atenas puede compararse con la de un hombre que fuera en tiempo ordinario a la vez comerciante y diputado, y que en ciertos casos fuera llamado por elección o porque le tocara la suerte, a ser magistrado empleado de menor categoría u oficial. Todos los ciudadanos eran iguales en derechos y tomaban parte en el gobierno y en la administración pública. Este gobierno de un estado en que el pueblo ejerce la soberanía, se llama democracia.
La democracia: “La constitución que nos rige, dice Pendes, ha recibido el nombre de democracia porque su fin es la utilidad del mayor número y no la de una minoría.” El filósofo Aristóteles resume poco más o menos en estos términos el funcionamiento de la democracia. Es preciso que los magistrados sean elegidos por todos o por sorteo; que las dignidades no se distribuyan según la importancia de la fortuna; que las funciones no duren nunca muy largo tiempo, que todos los ciudadanos sean llamados a juzgar con los tribunales, y, por último, que la decisión de todas las codas dependa de la Asamblea general de los ciudadanos ».
Así se procedía en Atenas. Cualquier ciudadano, sin que se tuviera en cuenta su nacimiento o su fortuna, podía aspirar a los honores y a alcanzarlos, pues los cargos de arconte, de senador y de juez eran sorteados todos los años. Todo ciudadano participaba del gobierno, porque él decidía con su voto si las leyes propuestas habían o 00 de entrar en vigor ya en Atenas, ya con el resto del imperio. También tenía derecho a gozar de comodidades, puesto que, con el fin de que hasta los pobres pudieran desempeñar los cargos públicos, se imaginó que éstos fueran retribuidos y que se retribuyera la presencia en la Asamblea; por consiguiente, cumplir con los deberes de ciudadano, fue un verdadero oficio para el ateniense.
Esta democracia era en ,realidad una aristocracia. Los electores eran poco numerosos (15,000 a lo sumo), y la Asamblea era como una reunión pública en -a que todo el mundo se conocía. Tenían esclavos para atender a los trabajos, y súbditos para abastecer de dinero a la ciudad. La vida era barata, y con poco gasto podía tenerse un buen pasar. Todos los años se designaba por sorteo a 6,000 ciudadanos para que fueran magistrados, con lo cual se llegaba al resultado de que la mitad de la ciudad administraba a la otra mitad. Nada es menos conforme con el concepto de las democracias modernas; en éstas, aunque la masa electoral la compongan millones de miembros, el pueblo encomienda a mandatarios el cuidado de gobernarlo, mientras que èl se dedica a trabajar para vivir.
La democracia: “La constitución que nos rige, dice Pendes, ha recibido el nombre de democracia porque su fin es la utilidad del mayor número y no la de una minoría.” El filósofo Aristóteles resume poco más o menos en estos términos el funcionamiento de la democracia. Es preciso que los magistrados sean elegidos por todos o por sorteo; que las dignidades no se distribuyan según la importancia de la fortuna; que las funciones no duren nunca muy largo tiempo, que todos los ciudadanos sean llamados a juzgar con los tribunales, y, por último, que la decisión de todas las codas dependa de la Asamblea general de los ciudadanos ».
Así se procedía en Atenas. Cualquier ciudadano, sin que se tuviera en cuenta su nacimiento o su fortuna, podía aspirar a los honores y a alcanzarlos, pues los cargos de arconte, de senador y de juez eran sorteados todos los años. Todo ciudadano participaba del gobierno, porque él decidía con su voto si las leyes propuestas habían o 00 de entrar en vigor ya en Atenas, ya con el resto del imperio. También tenía derecho a gozar de comodidades, puesto que, con el fin de que hasta los pobres pudieran desempeñar los cargos públicos, se imaginó que éstos fueran retribuidos y que se retribuyera la presencia en la Asamblea; por consiguiente, cumplir con los deberes de ciudadano, fue un verdadero oficio para el ateniense.
Esta democracia era en ,realidad una aristocracia. Los electores eran poco numerosos (15,000 a lo sumo), y la Asamblea era como una reunión pública en -a que todo el mundo se conocía. Tenían esclavos para atender a los trabajos, y súbditos para abastecer de dinero a la ciudad. La vida era barata, y con poco gasto podía tenerse un buen pasar. Todos los años se designaba por sorteo a 6,000 ciudadanos para que fueran magistrados, con lo cual se llegaba al resultado de que la mitad de la ciudad administraba a la otra mitad. Nada es menos conforme con el concepto de las democracias modernas; en éstas, aunque la masa electoral la compongan millones de miembros, el pueblo encomienda a mandatarios el cuidado de gobernarlo, mientras que èl se dedica a trabajar para vivir.
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