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Sagot :
El dolor puede convertirse en nuestro peor enemigo. Luchamos para ir en contra de este sentimiento. Y en muchísimas ocasiones tratamos de ignorarlo. Pero el dolor tiene peso, y del bueno. Es difícil caminar con él a cuestas, sin embargo se manifiesta de cualquier forma: con la pérdida de un ser querido, con la pérdida de nuestros bienes, con la pérdida de nuestra salud, con la pérdida de nuestra paz, si como dije antes, la paz, que es la que nos permite tener cierto equilibrio emocional.
Porque el dolor me lleva a la incapacidad de reflexionar, a la depresión, y a la impotencia para resolver los problemas. Bueno no me quiero perder en tanta vuelta, resulta ser que las personas que no resuelven, mejor perecen y ¿Cómo? Pues con el suicidio.
El suicidio, Bendito suicidio, manera de resolver lo que no se resuelve. Y bueno, con navaja, pues me aterra la sangre. Con pastillas, me desagrada el tragar una a una y luego sufrir el malestar. Con pistola ¿En dónde encuentro una? Y colgarme no tengo de dónde. La situación es que mejor me tiro del puente. Y entre el puente y el suelo está Dios como decía Santa Teresa de Jesús.
Y así sucede, te acercas al puente, te lanzas y asunto acabado.
Pero una amiga, que tiene cierta percepción, me contó que un amigo le aconsejó que cada vez que pasara por el puente del incienso, rezara un Padre Nuestro (Mateo 6:9.15) y fatal para ella.
Iba en su automóvil y cuando se acercaba al puente, recordó lo del Padre Nuestro e inmediatamente lo empezó a rezar. Padre Nuestro que estás en los cielos (Mateo 6,9) y escuchó un lamento. Santificado sea tu nombre (Mateo 6,9) y el lamento sucedió a otros más. Venga a nosotros la paz de tu reino (Mateo 6.10) Y sintió vibrar su corazón, porque su vehículo se llenó de una fuerza inimaginable, de dolor, de tristeza y de agonía. Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo (Mateo 6,10) y dio gracias a Dios porque había finalizado el paso por el puente.
Porque el dolor me lleva a la incapacidad de reflexionar, a la depresión, y a la impotencia para resolver los problemas. Bueno no me quiero perder en tanta vuelta, resulta ser que las personas que no resuelven, mejor perecen y ¿Cómo? Pues con el suicidio.
El suicidio, Bendito suicidio, manera de resolver lo que no se resuelve. Y bueno, con navaja, pues me aterra la sangre. Con pastillas, me desagrada el tragar una a una y luego sufrir el malestar. Con pistola ¿En dónde encuentro una? Y colgarme no tengo de dónde. La situación es que mejor me tiro del puente. Y entre el puente y el suelo está Dios como decía Santa Teresa de Jesús.
Y así sucede, te acercas al puente, te lanzas y asunto acabado.
Pero una amiga, que tiene cierta percepción, me contó que un amigo le aconsejó que cada vez que pasara por el puente del incienso, rezara un Padre Nuestro (Mateo 6:9.15) y fatal para ella.
Iba en su automóvil y cuando se acercaba al puente, recordó lo del Padre Nuestro e inmediatamente lo empezó a rezar. Padre Nuestro que estás en los cielos (Mateo 6,9) y escuchó un lamento. Santificado sea tu nombre (Mateo 6,9) y el lamento sucedió a otros más. Venga a nosotros la paz de tu reino (Mateo 6.10) Y sintió vibrar su corazón, porque su vehículo se llenó de una fuerza inimaginable, de dolor, de tristeza y de agonía. Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo (Mateo 6,10) y dio gracias a Dios porque había finalizado el paso por el puente.
Esa noche los integrantes de un club de lectura comentaban un libro de cuentos de terror.
El más fanático de ese género era Rubén, el dueño de la casa donde se encontraban.
- Lo importante es la atmósfera, y en todos estos cuentos fue bien lograda -afirmó Rubén, mientras enseñaba el libro. Después miró a cada uno de los presentes que rodeaban la mesa, buscando una mirada de desacuerdo.
- Hoy en día solo la atmósfera no es suficiente para que sea de terror -objetó Cecilia, que también era adepta al género de terror, pero pensaba diferente a Rubén.
- La atmósfera es tan importante como el lugar donde se lean los cuentos -siguió defendiendo su punto Rubén-. No es lo mismo leerlos por la tarde en un jardín soleado que de noche en una casa vieja y grande como esta, ¿no?
- Pues a mí tu casa no me impresiona de esa forma, incluso me parece linda.
Los otros no opinaban para no interrumpir aquella contienda verbal que les parecía divertida, y alternaban la mirada de un contendiente a otro como quien mira un partido de tenis.
- No te impresiona porque no estás sola -contragolpeó Rubén-. Te propongo algo que te hará cambiar de opinión. Entra en aquel pasillo y ve recorriendo una por una las habitaciones. ¿Te animas?
- ¿Están vacías? ¿En serio…?
- Tienes mi palabra.
Los ojos de todos estaban ahora fijos en Cecilia. Ella sintió la presión. Se levantó y se alejó por el corredor como si nada.
Regresó un rato después, y lucía muy enojada:
- Rubén, tu palabra no vale ni… no vale nada. Tu abuela, o tu madre, quien sea esa señora, se enojó conmigo cuando entré a su habitación, y me dijo que no la molestara.
- Aparte de nosotros en la casa no hay más nadie. Ningún integrante de mi familia vive ni vivió acá.
- ¿Y quién es esa señora mayor que está acostada allí?
- Será uno de los fantasmas que rondan por aquí. Acompáñenme y se los demuestro.
Y todo el grupo fue hasta la habitación. Cecilia iba detrás, pues no quería que la señora le reprochara nuevamente. Cuando los otros dijeron que allí no había nadie ella fue a verificarlo, y era así.
Cecilia quedó tan asustada que se marchó sin decir una palabra más. Para los otros integrantes del club la situación fue demasiado extraña como para permanecer más tiempo allí.
Cuando Rubén quedó solo, fue hasta su biblioteca y eligió otro libro de terror. Luego de un rato de lectura hizo una pausa y escuchó. Desde varios puntos de la casa salían ruidos: pasos, susurros, puertas que se cerraban o se abrían. Después volvió a su lectura.
Le gustaba tanto la literatura de terror que se compró una casa embrujada, porque el lugar donde se lee es importante.
El más fanático de ese género era Rubén, el dueño de la casa donde se encontraban.
- Lo importante es la atmósfera, y en todos estos cuentos fue bien lograda -afirmó Rubén, mientras enseñaba el libro. Después miró a cada uno de los presentes que rodeaban la mesa, buscando una mirada de desacuerdo.
- Hoy en día solo la atmósfera no es suficiente para que sea de terror -objetó Cecilia, que también era adepta al género de terror, pero pensaba diferente a Rubén.
- La atmósfera es tan importante como el lugar donde se lean los cuentos -siguió defendiendo su punto Rubén-. No es lo mismo leerlos por la tarde en un jardín soleado que de noche en una casa vieja y grande como esta, ¿no?
- Pues a mí tu casa no me impresiona de esa forma, incluso me parece linda.
Los otros no opinaban para no interrumpir aquella contienda verbal que les parecía divertida, y alternaban la mirada de un contendiente a otro como quien mira un partido de tenis.
- No te impresiona porque no estás sola -contragolpeó Rubén-. Te propongo algo que te hará cambiar de opinión. Entra en aquel pasillo y ve recorriendo una por una las habitaciones. ¿Te animas?
- ¿Están vacías? ¿En serio…?
- Tienes mi palabra.
Los ojos de todos estaban ahora fijos en Cecilia. Ella sintió la presión. Se levantó y se alejó por el corredor como si nada.
Regresó un rato después, y lucía muy enojada:
- Rubén, tu palabra no vale ni… no vale nada. Tu abuela, o tu madre, quien sea esa señora, se enojó conmigo cuando entré a su habitación, y me dijo que no la molestara.
- Aparte de nosotros en la casa no hay más nadie. Ningún integrante de mi familia vive ni vivió acá.
- ¿Y quién es esa señora mayor que está acostada allí?
- Será uno de los fantasmas que rondan por aquí. Acompáñenme y se los demuestro.
Y todo el grupo fue hasta la habitación. Cecilia iba detrás, pues no quería que la señora le reprochara nuevamente. Cuando los otros dijeron que allí no había nadie ella fue a verificarlo, y era así.
Cecilia quedó tan asustada que se marchó sin decir una palabra más. Para los otros integrantes del club la situación fue demasiado extraña como para permanecer más tiempo allí.
Cuando Rubén quedó solo, fue hasta su biblioteca y eligió otro libro de terror. Luego de un rato de lectura hizo una pausa y escuchó. Desde varios puntos de la casa salían ruidos: pasos, susurros, puertas que se cerraban o se abrían. Después volvió a su lectura.
Le gustaba tanto la literatura de terror que se compró una casa embrujada, porque el lugar donde se lee es importante.
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