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Sagot :
"Un loco extraño"
Iba radiante de alegría, lo esperaba toda clase de aventuras y no podía aguardar a estar allí. Caminó varios kilómetros hasta un pueblo vecino, donde había una estación de tren y aguardó a que pasara el tren que lo llevaría a la gran ciudad.
Subió al tren saludando a todos, contento como siempre y emocionado porque era la primera vez que abandonaba su pueblo. Pero lo sorprendió la cara seria y malhumorada de las personas que viajaban en el tren. Ellos se dirigían a sus trabajos, a visitar parientes o para realizar trámites en la ciudad, no los conmovía el viaje como a Pablo.
El paisaje maravilloso distrajo a nuestro viajero, que pronto se olvidó de sus compañeros y retomó su sonrisa cálida.
Al llegar a la ciudad, apenas bajado del tren, unos policías lo detuvieron por sospechoso. Tras muchos interrogatorios, se vino a enterar que lo que despertaba sospecha, era que anduviera tan alegre si tenía tan pocas pertenencias. Pablo les explicó sus razones. Aunque no los convencieron, no tenían motivos para retenerlo y lo dejaron salir.
A Pablo le quedó una impresión desagradable de la experiencia, pero decidió olvidarla y dedicarse a buscar las maravillas que tenía la ciudad.
Al estar en la calle, pudo notar que todos corrían, dirigiéndose a alguna parte. Seguramente tendrían algo muy importante que los aguardaba. Por ello fue que Pablo se dedicó a seguir a un hombre que parecía saber bien lo que hacía. Al cabo del día, sólo habían caminado de un sitio a otro, sin hacer nada trascendente. Pablo se sintió desilusionado y se fue a dormir a un parque.
Allí pudo ver que los jardines y caminos, estaban cubiertos por papeles y artículos de plástico, mientras que los cestos estaban vacíos. Pablo no comprendió las razones para aquello. Intentó juntar toda aquella basura, pero la tarea era imposible. Por cada papel o envase que él juntaba, algún paseante arrojaba otro al suelo. Aquello parecía de locos.
Se fue entonces, buscando alguien que estuviera haciendo algo importante. Hasta que dio con unos niños que jugaban alegres. Ellos sabrían el valor de la alegría. Se acercó a los niños y trató de jugar con ellos. Fue inútil, los niños se molestaron por la intromisión del desconocido y comenzaron a arrojarle piedras y a perseguirlo. Eran pequeños, veloces y muchos, pronto lo atraparon y le dieron una golpiza terrible.
Como pudo escapó y trató de pedir ayuda a un policía que pasaba por el parque. Cuando le contó lo sucedido, el policía comenzó a correrlo con su macana, por molestar a unos pobres niños.
Pabló corrió tan rápido como pudo y salió de la ciudad. Tomó el camino que conducía de regreso a su pueblo y mientras caminaba, no dejaba de preguntarse qué le ocurría a la gente de la ciudad. Todos parecían estar locos y habían olvidado el valor de una sonrisa.
Iba radiante de alegría, lo esperaba toda clase de aventuras y no podía aguardar a estar allí. Caminó varios kilómetros hasta un pueblo vecino, donde había una estación de tren y aguardó a que pasara el tren que lo llevaría a la gran ciudad.
Subió al tren saludando a todos, contento como siempre y emocionado porque era la primera vez que abandonaba su pueblo. Pero lo sorprendió la cara seria y malhumorada de las personas que viajaban en el tren. Ellos se dirigían a sus trabajos, a visitar parientes o para realizar trámites en la ciudad, no los conmovía el viaje como a Pablo.
El paisaje maravilloso distrajo a nuestro viajero, que pronto se olvidó de sus compañeros y retomó su sonrisa cálida.
Al llegar a la ciudad, apenas bajado del tren, unos policías lo detuvieron por sospechoso. Tras muchos interrogatorios, se vino a enterar que lo que despertaba sospecha, era que anduviera tan alegre si tenía tan pocas pertenencias. Pablo les explicó sus razones. Aunque no los convencieron, no tenían motivos para retenerlo y lo dejaron salir.
A Pablo le quedó una impresión desagradable de la experiencia, pero decidió olvidarla y dedicarse a buscar las maravillas que tenía la ciudad.
Al estar en la calle, pudo notar que todos corrían, dirigiéndose a alguna parte. Seguramente tendrían algo muy importante que los aguardaba. Por ello fue que Pablo se dedicó a seguir a un hombre que parecía saber bien lo que hacía. Al cabo del día, sólo habían caminado de un sitio a otro, sin hacer nada trascendente. Pablo se sintió desilusionado y se fue a dormir a un parque.
Allí pudo ver que los jardines y caminos, estaban cubiertos por papeles y artículos de plástico, mientras que los cestos estaban vacíos. Pablo no comprendió las razones para aquello. Intentó juntar toda aquella basura, pero la tarea era imposible. Por cada papel o envase que él juntaba, algún paseante arrojaba otro al suelo. Aquello parecía de locos.
Se fue entonces, buscando alguien que estuviera haciendo algo importante. Hasta que dio con unos niños que jugaban alegres. Ellos sabrían el valor de la alegría. Se acercó a los niños y trató de jugar con ellos. Fue inútil, los niños se molestaron por la intromisión del desconocido y comenzaron a arrojarle piedras y a perseguirlo. Eran pequeños, veloces y muchos, pronto lo atraparon y le dieron una golpiza terrible.
Como pudo escapó y trató de pedir ayuda a un policía que pasaba por el parque. Cuando le contó lo sucedido, el policía comenzó a correrlo con su macana, por molestar a unos pobres niños.
Pabló corrió tan rápido como pudo y salió de la ciudad. Tomó el camino que conducía de regreso a su pueblo y mientras caminaba, no dejaba de preguntarse qué le ocurría a la gente de la ciudad. Todos parecían estar locos y habían olvidado el valor de una sonrisa.
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