A continuación sumilla, segmenta, integra y condensa el siguiente texto:
Hace años, la designación teléfono
móvil resultaba un tanto irónica, pues, a causa del peso de las
baterías, solo podían moverlo los fortachones o quienes lo tuvieran instalado
en su vehículo. De hecho, era más grande que una caja de zapatos y costaba
miles de dólares, pero en la actualidad existen millones de teléfonos
celulares, y en algunos países los posee la mitad de la población, dado que
caben en la palma de la mano e incluso llegan a distribuirse sin cargo alguno.
La creciente difusión del
celular constituye un negocio redondo para muchas compañías. Una de las
principales indicó que “la telefonía móvil es el mayor segmento del mercado de
la electrónica de toda la historia”. Es decir, ningún otro instrumento
electrónico ha movido nunca, tanto dinero. Por poner un ejemplo, de los
21.000.000 de ciudadanos con que cuenta Australia, quince millones poseen
celulares. En un solo año, los clientes de una de las numerosas compañías
telefónicas de este país realizaron con ellos 7.500 millones de llamadas.
A nivel mundial, la industria de las telecomunicaciones mueve anualmente
miles de millones de dólares.
La mayoría de los mensajes
que se intercambian por este medio no se basan en la voz, sino en la
escritura. Así, en lugar de hablar al micrófono, cada vez más usuarios —sobre
todo jóvenes— recurren al teclado para enviarse mensajes de texto, pues
resultan bastante más económicos. Sin embargo, dado que hay que introducirlos
con los botoncitos del celular, ha surgido un lenguaje en el que se abrevian
las palabras valiéndose de letras y números.
A pesar de que
redactar y teclear es considerablemente más incómodo que conversar, cada mes se
envían y reciben 30.000 millones de mensajes en todo el mundo.
A algunos analistas
sociales les preocupa que estos mensajes, con su “especial” ortografía y
sintáctica, lleven a que la juventud no sepa escribir bien. Sin embargo,
otros opinan que “favorecen el renacer de la comunicación escrita en una nueva
generación”. La portavoz de una editorial que publica un diccionario hizo
este comentario al rotativo The Sun-Herald: “No surge a
menudo la oportunidad de forjar un nuevo estilo [de escritura] [...;] los
mensajes de texto, unidos a Internet, logran que los jóvenes escriban bastante
más. Necesitan tener un dominio de la expresión que les permita captar el
estilo y defenderse bien con el vocabulario y el registro [...]
correspondientes a este género”.
Pese a la utilidad del
teléfono móvil en la vida social y los negocios, muchos empleados no lo
consideran una bendición, sino un grillete que los encadena a la
empresa. De acuerdo con un sondeo, el 60% de los trabajadores de la
construcción se ven en la obligación de estar siempre localizables, sea para
sus jefes o para la clientela. La presión que siente el usuario de
responder a las llamadas sin importar dónde se encuentre ni qué esté
haciendo ha dado lugar a lo que un investigador denomina “cultura de las
interrupciones”. A raíz de ello, los ingenieros han preparado un material
de construcción destinado a restaurantes y salas de espectáculos que bloquea
las señales de los celulares.
Aparte de sus molestas
intrusiones, estos omnipresentes aparatitos pueden convertirse en un enemigo
público. En un estudio comprobó que conducir mientras se usa el teléfono
encierra tanto peligro como hacerlo después de haber bebido. Según Mark
Stevenson, profesor de un centro de investigaciones sobre lesiones, es mucho
más difícil guiar un vehículo mientras se telefonea que mientras se conversa
con algún acompañante. Pese al riesgo de accidentes y multas, 1 de cada 5
automovilistas envía mensajes y 1 de cada 3 sostiene un celular mientras va al
volante.
Aunque lo acompañe la controversia, el teléfono
móvil ejerce un profundo impacto económico y social. Como otros de sus
parientes electrónicos —el televisor y la computadora—, tiene el potencial de
ser un esclavo o un tirano, una bendición o una maldición. La diferencia
está, literalmente, en manos del usuario.