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Sagot :
Respuesta:
Gracias Jesús por morir por mi,
por darme tu amor al hacer tu sacrificio
siendo puro y sin pecado te diste en mi lugar,
me amas tanto que quieres que viva eternamente
a través de tu muerte y creyendo en ti de corazón sé que tengo el regalo de la salvación.
Gracias porque aunque no lo merezca perdonas
todas mis faltas, mis errores, mis pecados
y me das una nueva oportunidad en la vida
abres camino para mí cuando antes no tenía salida
y me llevas por el bien, la justicia y la paz.
Creo en ti Señor, en tu gran regalo de amor,
en la salvación que me has dado,
y cuento con tu compañía de noche y de día,
me llevas de la mano y no me sueltas,
tengo ahora libertad y mucha alegría. Gracias Jesús.
Sería una hipocresía, la hipocresía de los fariseos de aquel tiempo, quedarnos rezando, pero permaneciendo indiferentes ante los crucificados de nuestro tiempo. Jesús dijo: todo lo que hagáis por uno de estos hermanos hambrientos, desahuciados, perseguidos, inmigrantes, enfermos… conmigo lo hacéis.
Entonces, su resurrección será nuestra resurrección. Porque sólo el que reconoce al crucificado en los crucificados de hoy, experimentará el gozo de la Vida plena.
Fuentes: Fernando Bermúdez, teólogo. Religión digital. Ignacio González Faus, teólogo. José Antonio Pagola teólogo. Leandro Sequeiros, teólogo, geólogo, paleontólogo y antropólogo
CREDO DE JOSÉ LUIS SAMPEDRO
Creo en la Vida Madre todopoderosa
Creadora de los cielos y de la Tierra.
Creo en el Hombre, su avanzado Hijo
concebido en ardiente evolución,
progresando a pesar de los Pilatos
e inventores de dogmas represores
para oprimir la Vida y sepultarla.
Pero la Vida siempre resucita
y el Hombre sigue en marcha hacia el Mañana.
Creo en los horizontes del espíritu
que es la energía cósmica del mundo.
Creo en la Humanidad siempre ascendente.
Creo en la vida perdurable. Amén.
Anunció un mundo nuevo, sin ambiciones, sin discriminaciones, sin violencia.
Sólo el que reconoce al crucificado en los crucificados de hoy, experimentará esa Vida que nunca acaba.
Hemos asistido estos días a los desfiles procesionales conmemorando la pasión y muerte de Jesús. Es una bellísima explosión religiosa y artística. Bellas imágenes, tronos adornados de flores, tambores, música… Pero en medio de este bullicio, algunos nos preguntamos: ¿quién fue realmente Jesús de Nazaret; quiénes le mataron y por qué le mataron? La respuesta a estas preguntas cambiaría notablemente el sentir de nuestra Semana Santa. En estos días es obligado tratar de responder a estos interrogantes si no queremos caer en una celebración meramente costumbrista, folclórica y sin sentido. Tengo la sensación que muchas de las manifestaciones populares de la Semana Santa solo han servido para secuestrar la fuerza revolucionaria del crucificado. El teólogo Juan Bautista Metz hablaba hace 50 años de “la memoria subversiva de la muerte y la resurrección de Jesús de Nazaret”. Los poderes económicos, políticos y religiosos, han fomentado una devoción que secuestra y narcotiza la fuerza subversiva de seguir al crucificado, al que mataron por defender a las víctimas.
Jesús de Nazaret fue un hombre sencillo, un campesino y artesano del pueblo de Nazaret en la provincia de Galilea, en la Palestina del siglo I.
Él no fue sacerdote, ni levita, ni maestro de la Ley. Era un laico. Por eso la gente se preguntaba: “¿No es éste el carpintero, el hijo de José. De dónde le viene esta sabiduría?” Sus coetáneos lo consideraban un profeta. Jesús fue proclamando por pueblos y aldeas y su voluntad es que todos los hombres y mujeres vivamos como hermanos.
Anunció un mundo nuevo, sin ambiciones, sin discriminaciones, sin violencia, sin armas, sin guerras, sin hambre.
Su vida y su palabra despertó entusiasmo entre la gente sencilla, entre los pobres y marginados. Sin embargo, las autoridades religiosas, políticas y los poderosos de Israel, lo vieron como sospechoso y peligroso para sus intereses. Por eso lo descalificaron, lo difamaron y lo persiguieron hasta eliminarlo, ajusticiándolo en una cruz.
Porque tenemos que caer en la cuenta de que Jesús no muere. A Jesús lo matan. Y más todavía, lo ajustician como a un criminal en el suplicio de la cruz.
Jesús no fue crucificado por los impíos, porque estos estuvieran en contra de la doctrina divina, sino que fue crucificado por los religiosos que se creían en posesión de la verdad divina (nos dice González Faus). No lo mataron los terroristas, sino las fuerzas del orden. No lo mataron los barrabases, ni los samaritanos, ni los zelotes, ni los publicanos, ni las prostitutas, sino que lo asesinaron los escribas, los fariseos, los saduceos, los sumos sacerdotes, el Sanedrín y Pilatos. No le crucificaron los enemigos de la patria, ni los que hoy llamaríamos comunistas, sino las jerarquías religiosas, las fuerzas armadas, los poderes económicos y los gobernantes.
Jesús murió no murió como un fracasado.
Explicación:
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