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Sagot :
LA MANCHA
Juan José Plans
* * *
- Un poco más y me hubiera sentado en las escaleras. Estoy desfallecida.
- Parecemos caracoles. Llevamos la casa encima en cuanto salimos de vacaciones. No sé para qué complicarnos la vida de esta forma.
Elena frota sus manos doloridas y profiere un gemido.
- ¡Oh, una ampolla!
César se limpia el sudor de la frente con un pañuelo, después de dejar las maletas casi al lado de la puerta.
- A ver... No es nada, mujer.
- Achaques de la vejez.
- Cuando seas realmente una anciana, no lo dirás...
- Aquí hace demasiado calor; abriré la ventana. ¡Y huele a pintura!
- Ya no recordaba que antes de irnos habíamos pintado las habitaciones. No han quedado mal, ¿verdad?
- No, no...
- Ya que estás dispuesto a trabajar, abre también la del dormitorio.
- Como ordene la señora. ¡Con tal de mandar!
- No seas exagerado. Si vieras a otras cómo se portan. Por ejemplo, ¿sabes lo que...
- Prefiero no enterarme.
César entra en el dormitorio. Elena, mientras tanto, se sienta cómodamente en un butacón y enciende un cigarrillo. Habla como para sí misma:
- Adiós al sol y al mar... ¡Lástima que todo haya finalizado!
El regresa a la sala y se sienta al lado de ella.
- ¿Decías algo?
- Nada de particular. Estoy tan cansada que acabaré durmiéndome aquí mismo.
Elena se quita los zapatos ayudándose con los pies.
- ¡Quién pudiera contemplar el mar desde el hotelito!
- Vale más olvidar; le entra a uno el mal humor. Mañana, a las nueve en punto, a la oficina. Lo que más odio es tener que fichar. Es como si a uno le convirtieran en autómata.
- Y yo tendré que limpiar todo esto. ¡Vaya trabajo! El próximo año, ¿volveremos?
- ¡Pero si aún apenas hemos regresado!
- Bueno, no te excites.
Los dos se quedan en silencio.
Un agudo silbido, que les obliga a taparse los oídos, les despierta.
- ¿Qué ha sido? - pregunta Elena.
- ¿También tú lo has escuchado? Creí, creí... que se trataba de una pesadilla. Vaya, nos hemos quedado dormidos...
- ¿Y el silbido?
- No tengo ni la menor idea.
- ¿Algún choque?
- No es ruido de accidente.
César se levanta y se asoma a la ventana.
- ¿Ves algo?
- Lo de siempre. Es como si el tiempo se hubiera detenido mientras estuvimos fuera.
- ¿Y en el cielo?
- Miles de estrellas.
- Pero esa especie de silbido ha venido de alguna parte...
- Desde luego. Sería, no sé, algún escape de... ¡Cualquier cosa! ¿Y si desalojamos las maletas?
Juan José Plans
* * *
- Un poco más y me hubiera sentado en las escaleras. Estoy desfallecida.
- Parecemos caracoles. Llevamos la casa encima en cuanto salimos de vacaciones. No sé para qué complicarnos la vida de esta forma.
Elena frota sus manos doloridas y profiere un gemido.
- ¡Oh, una ampolla!
César se limpia el sudor de la frente con un pañuelo, después de dejar las maletas casi al lado de la puerta.
- A ver... No es nada, mujer.
- Achaques de la vejez.
- Cuando seas realmente una anciana, no lo dirás...
- Aquí hace demasiado calor; abriré la ventana. ¡Y huele a pintura!
- Ya no recordaba que antes de irnos habíamos pintado las habitaciones. No han quedado mal, ¿verdad?
- No, no...
- Ya que estás dispuesto a trabajar, abre también la del dormitorio.
- Como ordene la señora. ¡Con tal de mandar!
- No seas exagerado. Si vieras a otras cómo se portan. Por ejemplo, ¿sabes lo que...
- Prefiero no enterarme.
César entra en el dormitorio. Elena, mientras tanto, se sienta cómodamente en un butacón y enciende un cigarrillo. Habla como para sí misma:
- Adiós al sol y al mar... ¡Lástima que todo haya finalizado!
El regresa a la sala y se sienta al lado de ella.
- ¿Decías algo?
- Nada de particular. Estoy tan cansada que acabaré durmiéndome aquí mismo.
Elena se quita los zapatos ayudándose con los pies.
- ¡Quién pudiera contemplar el mar desde el hotelito!
- Vale más olvidar; le entra a uno el mal humor. Mañana, a las nueve en punto, a la oficina. Lo que más odio es tener que fichar. Es como si a uno le convirtieran en autómata.
- Y yo tendré que limpiar todo esto. ¡Vaya trabajo! El próximo año, ¿volveremos?
- ¡Pero si aún apenas hemos regresado!
- Bueno, no te excites.
Los dos se quedan en silencio.
Un agudo silbido, que les obliga a taparse los oídos, les despierta.
- ¿Qué ha sido? - pregunta Elena.
- ¿También tú lo has escuchado? Creí, creí... que se trataba de una pesadilla. Vaya, nos hemos quedado dormidos...
- ¿Y el silbido?
- No tengo ni la menor idea.
- ¿Algún choque?
- No es ruido de accidente.
César se levanta y se asoma a la ventana.
- ¿Ves algo?
- Lo de siempre. Es como si el tiempo se hubiera detenido mientras estuvimos fuera.
- ¿Y en el cielo?
- Miles de estrellas.
- Pero esa especie de silbido ha venido de alguna parte...
- Desde luego. Sería, no sé, algún escape de... ¡Cualquier cosa! ¿Y si desalojamos las maletas?
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