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Sagot :
En la mitología griega, Hefesto es el dios del fuego y la forja, así como de los herreros, los artesanos, los escultores, los metales y la metalurgia. Era adorado en todos los centros industriales y manufactureros de Grecia, especialmente en Atenas. Su equivalente aproximado en la mitología romana era Vulcano.
Hefesto era bastante feo, lisiado y cojo. Incluso se dice que, al nacer, Hera lo vio tan feo que lo tiró del Olimpo. Tanto es así, que caminaba con la ayuda de un palo y, en algunas vasijas pintadas, sus pies aparecen a veces del revés. En el arte, se le representa cojo, sudoroso, con la barba desaliñada y el pecho descubierto, inclinado sobre su yunque, a menudo trabajando en su fragua. La apariencia física de Hefesto indica arsenicosis, es decir, envenenamiento crónico por arsénico que provoca cojera y cáncer de piel. El arsénico se añadía al bronce para endurecerlo y la mayoría de los herreros de la Edad de Bronce habrían padecido esta enfermedad.
El cerro de Setetule
Las antiguas razas indígenas de la región maravillosa del Darién, dejaron como recuerdo de sus luchas por la posesión de aquellas tierras privilegiadas, la rivalidad de los cunas y los chocoes, cuyos últimos descendientes aún sobreviven. De aquellas luchas mortales, en que se ambicionaba el exterminio del enemigo, fueron vencedores los cunas, descendientes del propio Sol. Los chocoes fueron obligados a abandonar sus tierras y sembrados y buscaron refugio en lugares propicios en donde rehacer su destino. Peregrinaron por bosques, montes y llanos, confiando siempre en la protección del dios Rien, que era su protector. Así llegaron a las orillas del bravío Yape, que lleva sus aguas por largos caminos, bordeando cordilleras y cortando por montes y mesetas.
En aquella acogedora ribera, los chocoes levantaron sus bohíos y labraron la tierra, después de limpiar los terrenos vírgenes cubiertos de vegetación. Sus pueblos llenaron de vida lugares antes selváticos, en que sólo las alimañas feroces habían gozado de sus paradisíacos encantos.
Hefesto era bastante feo, lisiado y cojo. Incluso se dice que, al nacer, Hera lo vio tan feo que lo tiró del Olimpo. Tanto es así, que caminaba con la ayuda de un palo y, en algunas vasijas pintadas, sus pies aparecen a veces del revés. En el arte, se le representa cojo, sudoroso, con la barba desaliñada y el pecho descubierto, inclinado sobre su yunque, a menudo trabajando en su fragua. La apariencia física de Hefesto indica arsenicosis, es decir, envenenamiento crónico por arsénico que provoca cojera y cáncer de piel. El arsénico se añadía al bronce para endurecerlo y la mayoría de los herreros de la Edad de Bronce habrían padecido esta enfermedad.
El cerro de Setetule
Las antiguas razas indígenas de la región maravillosa del Darién, dejaron como recuerdo de sus luchas por la posesión de aquellas tierras privilegiadas, la rivalidad de los cunas y los chocoes, cuyos últimos descendientes aún sobreviven. De aquellas luchas mortales, en que se ambicionaba el exterminio del enemigo, fueron vencedores los cunas, descendientes del propio Sol. Los chocoes fueron obligados a abandonar sus tierras y sembrados y buscaron refugio en lugares propicios en donde rehacer su destino. Peregrinaron por bosques, montes y llanos, confiando siempre en la protección del dios Rien, que era su protector. Así llegaron a las orillas del bravío Yape, que lleva sus aguas por largos caminos, bordeando cordilleras y cortando por montes y mesetas.
En aquella acogedora ribera, los chocoes levantaron sus bohíos y labraron la tierra, después de limpiar los terrenos vírgenes cubiertos de vegetación. Sus pueblos llenaron de vida lugares antes selváticos, en que sólo las alimañas feroces habían gozado de sus paradisíacos encantos.
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