Una noche, un troll joven y tonto llamado Dumplepumple, vagó por las profundidades del denso bosque, lejos de casa. Llegó a un pequeño claro cuando empezó a llover. ¡Oh, no! Su madre siempre le había dicho que se mantuviera alejado de la lluvia en caso de que se limpiara demasiado. Vio una cueva cercana y corrió hacia adentro, chocando directamente con un durmiente.
El dragón se agitó y, abriendo lentamente un ojo, miró al pequeño troll de arriba abajo. Afortunadamente para Dumplepumple, había cenado antes de acostarse, así que no tenía hambre. Además, los trolls húmedos huelen a elefantes podridos asados, mientras que este dragón prefiere su carne cruda.
Dumplepumple, que nunca había experimentado el miedo, no se dio cuenta del gran peligro que corría y se sentó a calentarse los pies con el humo que salía de las fosas nasales del dragón.
