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Sagot :
La narrativa indigenista, propiamente dicha, cuenta con precedentes, sobre todo en Perú, donde la defensa del indio dio lugar a obras como Aves sin nido (1889), de Clorinda Matto de Turner (1854-1909). Pero es Raza de bronce (1919), del boliviano Alcides Arguedas (1879-1946), la novela que significa el primer hito de esa literatura en el siglo XX, aunque su planteamiento étnico del conflicto constituye una herencia decimonónica. La influencia del pensador peruano José Carlos Mariátegui (1894-1930), de orientación marxista, permitió que el problema se relacionara más tarde con la posesión de la tierra, como puede comprobarse en Huasipungo (1934), del ecuatoriano Jorge Icaza (1906-1978), y en El mundo es ancho y ajeno (1941), del peruano Ciro Alegría (1909-1967). En este último se advierte ya la visión positiva hacia la cultura indígena que luego enriquecería su compatriota José María Arguedas (1911-1969), quien en Los ríos profundos (1956) y obras posteriores trató de ir más allá de los problemas sociales del indio para adentrarse en su visión del mundo. Es la orientación literaria que suele denominarse neoindigenismo.
También en México se desarrolló la narrativa indigenista, condicionada por las consecuencias de la Revolución Mexicana. Sus primeros representantes destacados fueron Gregorio López y Fuentes (1897-1966), con El indio, y Mauricio Magdaleno (1906-1986), con El resplandor. Después merecen mención las novelas conocidas como “Ciclo de Chiapas”, entre las que sobresalen Balún Canán (1957) y Oficio de tinieblas (1962), de Rosario Castellanos (1925-1974).
También en México se desarrolló la narrativa indigenista, condicionada por las consecuencias de la Revolución Mexicana. Sus primeros representantes destacados fueron Gregorio López y Fuentes (1897-1966), con El indio, y Mauricio Magdaleno (1906-1986), con El resplandor. Después merecen mención las novelas conocidas como “Ciclo de Chiapas”, entre las que sobresalen Balún Canán (1957) y Oficio de tinieblas (1962), de Rosario Castellanos (1925-1974).
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