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Sagot :
Respuesta:
Pero incluso así, el caso de Francisco de Pizarro, conquistador del Perú, es más doloroso que otros. A diferencia del admirado Hernán Cortés, Pizarro y sus hermanos gozaron de escaso reconocimiento en el periodo que les tocó vivir. El carácter gris del extremeño y las sucesivas guerras civiles entre ellos no ayudaron, precisamente, a que Pizarro encuentre quien le escriba.
Hernán Cortés, el apuesto capitán
Cuando Pizarro comenzaba a gestar su leyenda hacía veinte años que Hernán Cortés había conquistado Tenochtitlan. Cortés fue considerado el mayor héroe en Castilla por sus coetáneos, incluso por encima del militar más prestigioso del periodo, el Gran Capitán. «Fue en tanta estima el nombre solamente Cortés, así en todas las Indias como en España, como fue nombrado el nombre de Alejandro de Macedonia, y entre los romanos Julio César», escribió Bernal Díaz del Castillo, autor de «Historia verdadera de la conquista de la Nueva España». Cortés no era un hombre culto, pero sabía impresionar a la gente a través del verbo.
No obstante, su gesta estuvo en todo momento acompañado de una cuidada propaganda, buscando así convencer a Carlos V de que la suya era su causa, y no la de su rival y superior, el gobernador de Cuba, que se enfrentó a Cortés durante la conquista de México. Por lo mucho que le importaba su imagen, Cortés insistió en que su biografía la escribiera su capellán, Francisco López de Gómara.
Pizarro y la guerra de los conquistadores
Los conflictos internos entre los conquistadores, que enfrentaron a Pizarro y sus hermanos contra su otrora aliado, Diego de Almagro, enturbiaron todavía más la imagen de los conquistadores del Perú. Tras la derrota y ejecución de Almagro, en un nuevo giro de los acontecimientos, los partidarios del derrotado irrumpieron el 26 de junio de 1541 en el palacio de Pizarro en Lima y «le dieron tantas lanzadas, puñaladas y estocadas que lo acabaron de matar con una de ellas en la garganta, relata un cronista sobre el amargo final del conquistador extremeño. Las guerras civiles entre los conquistadores se prolongaron hasta mediados del siglo XVI, convirtiendo a varios miembros de la familia Pizarro también en villanos a ojos de de la Corona. Frente al encantador de serpientes de Cortés, que acudió a la Corte de Carlos V a contar sus hazañas, Pizarro no parecía hecho de la materia de que están hechos los héroes.
Los historiadores norteamericanos, que veían en los conquistadores a los precursores de sus grandes pioneros, elevaron a la categoría de esforzado héroe al extremeño. La primera biografía fiel de Pizarro la publicó el norteamericano William H. Aquí, tanto Cortés como Pizarro, compartieron el mismo destino. Ni Perú ni México les aceptaron como los padres fundacionales de sus países.
Sobre tumbas, estatuas y biografías perdidas
Tras ser trasladados desde Europa los restos de Cortés a una iglesia de Ciudad de México en el siglo XVII, la independencia del país cambió radicalmente la imagen que tenían sobre él. A diferencia de otros países como Colombia, que sí conservó el culto a Benalcázar o Ecuador con Orellana –en un intento de dar sentido histórico a sus países–, la oposición a Cortés se mantuvo firmemente enraizada hasta el punto de que en la actualidad no hay ninguna estatua de cuerpo entero del conquistador en todo México. El 9 de julio de 1947, tras un estudio de los huesos, Cortés fue enterrado de nuevo en la iglesia Hospital de Jesús con una placa de bronce y el escudo de armas de su linaje. La única estatua de Cortés erigida en territorio mexicano permanece junto a esta humilde tumba, cuya existencia se guarda de forma discreta en un país que, en su mayor parte, sigue sin asumir como positivo el papel que jugó el conquistador en su fundación.
El caso de Pizarro es casi idéntico. Durante un siglo se creyó que se habían exhumado y expuestos en un féretro de cristal los restos del extremeño. Sin embargo, a finales del siglo XX unos hombres descubrieron una caja de plomo en un nicho sellado de la catedral de Lima con la inscripción «aquí yace la cabeza del Señor Marqués don Francisco Pizarro, que descubrió y ganó los reinos del Perú y los puso en la Real Corona de Castilla». En 2003 las presiones de la mayoría indígena dieron como resultado que esta estatua ecuestre de Pizarro fuera llevada al depósito municipal, a la espera de encontrarle una nueva ubicación.
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