Por favor ayudenme encontrando palabras agudas, graves y esdrujulas de este texto
Era el tercer mes de tratamiento de quimioterapia y mi cabello comenzaba a caer. Todas las mañanas, cuando despertaba,
encontraba en mi almohada cantidades de crespos. Mi mamá, algunas veces, me traía regalos para distraer mi angustia y mi aburrimiento. La habitación de la Clínica tenía un ventanal grande, y
por ahí se me escapaban los sueños, entre las copas de los árboles
que alcanzaban a verse; en la mañana era hermoso despertar con
el canto de los pájaros, pero con el tiempo la misma ventana, la
misma habitación, ya no escuchas ni ves nada.
A las pocas semanas, cuando ya no tenía nada, nada de pelo,
se me ocurrió que las flores que usaba adornando las uñas pegarían también en mi cabeza. Una a una las fui colocando, hasta que
aquello parecía un jardín. Así estaría bien mientras me volvía a
crecer pelo. Sin embargo, a los pocos días observé que las flores no
se caían al bañarme, y sus colores eran más intensos. Me acerqué
al espejo y vi pequeños duendecitos y hadas saltando de flor en
flor. Era algo novedoso. Jamás había visto algo así. Eran personitas
tiernas y tan diminutas que apenas se veían. Me llamó la atención
que usaban adorables zapaticos negros de charol, y al pasar dejaban una sombra con polvillo brillante que se quedaba en las flores.
Era extraordinario.
Una tarde sentí que uno de estos duendecitos se bajó de mi cabeza, deslizándose luego por la almohada; después lo vi corriendo
entre los cables del suero. Traté de cogerlo y, de pronto, brincó a
la mesa donde estaban las drogas. Se metió en los algodones, rodó
encima de las aspirinas, hasta el teléfono, y allí pasó oprimiendo los
números. Parecía que se divertía, pero finalmente saltó, quedando
pegado en un esparadrapo. El pobre luchaba y luchaba, pero no
lograba desprenderse. De repente, dos figuritas aladas llegaron a
ayudarlo, hasta que lograron liberarlo. Fue entonces cuando entró
la enfermera de turno a aplicarme la droga y, entredormida, pude
notar que en su bandeja se llevaba al duende y a las dos hadas, al
lado de las jeringas y demás medicamentos. Entonces reaccioné y
le pedí un vaso de agua. Ella dejó la bandeja y me lo trajo. Mientras
la bebía, ellos escaparon…
Hoy, varios años después, mi cabello me ha crecido; pero es raro,
esta mañana, cuando me peiné, encontré una florecita en el cepillo.