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Sagot :
a foto que nunca saqué
Era una mañana clara y los colores del mercado eran, como siempre, brilliantes—amarillos, rojos, naranjas, verdes de varias tonalidades. Aún los colores de moreno, negro y blanco eran más alegre bajo la luz ecuatorial. Todo parecía un poco surreal tan cerca al cielo.
Las compradoras caminaban sin prisa entre los vendedores, de vez en cuando regateaban sobre los precios y de vez en cuando compraban las mercancías a un precio bajo. Las mujeres de la ciudad llevaban canastas para transportar papas, maíz, tomates, arroz, masa y otros comestibles. Las campesinas llevaban llikllas—mantas que sirven muchas funciones, incluyendo el transporte de los niños.
Caminaba por esta escena de ensueño hasta que fui despertada por un drama improvisado y completamente abstraído de la atención de los espectadores. Dos niñas pequeñas vestidas en el estilo de las indígenas habían captado la atención de todo alrededor. Las dos llevaban faldas amplias de color azul. Cada niña llevaba el pelo en una trenza larga pendiendo por la espalda como un río negro a través de su blusa blanca. Las blusas tenían un bordado muy fino de colores alegres en las mangas y alrededor de los cuellos. Sobre todo llevaban llikllas rojas por los hombros, y en las cabezas los sombreros negros del estilo “fedora” que, por lo general, llevan todos los campesinos de la región. Tenían la estatura de niños de las edades de tres y cinco en los Estados Unidos, pero en realidad es probable que tuvieran unos siete y nueve años.
Claro, no es extraordinario ver dos chicas vestidas así en el mercado. Lo que había captado la atención de todos era sus esfuerzos por poner un cachorro en la lliklla de la niña menor. Desafortunadamente para las niñas, tenían un cachorro muy activo y, por su pelo, muy suave, resbaladizo. La niña mayor extendió la lliklla en la espalda de la menor mientras que la menor se torció el cuerpo para ver lo que estaba pasando. Lo que pasaba, prueba tras prueba, era que el cachorro se escapaba de la lliklla. Las caras de las niñas llevaban expresiones de determinación y paciencia, con los labios cerrados con concentración y los ojos fijados sólo en su trabajo. Nunca miraron a los adultos circundantes para ayudarles.
Intercambié sonrisas y miradas con los otros espectadores y estaba con emociones mezcladas que yo miraba a las niñas. Como viajera, lamenté que en esa mañana había salido de mi hotel sin cámara. Pero al mismo tiempo, me di cuenta que sacar una fotografía cambiaría mi papel en la escena. Sin cámara, era sólo una de las mujeres en el mercado — no más. No era extranjera afuera de la escena. Hoy, después de cinco años, estoy muy contenta de que no pudiera sacar esa fotografía. No la necesito porque todavía, sin foto, la escena sigue muy fuerte y preciosa en la mente y en el corazón.
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