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Tuvo muchos discípulos, como su compatriota Guillermo Valencia (1872-1943), y su estilo heredado de Silva lo vemos en el poema llamado “Leyendo a Silva”.
“Vestía traje suelto de recamado viso
en voluptuosos pliegues de un color indeciso
Y en el diván tendida, de rojo terciopelo,
Sus manos como vivas parásitas de hielo
Sostenían un libro de corte fino y largo
Un libro de poemas delicioso y amargo”
J. A. Silva
El crítico Arturo Ríoseco llamó a los modernistas los poetas de la evasión en la fantasía. Busca pruebas y señala que los modelos japoneses atrajeron a Casal, Nájera siguió a Bécquer y a Theophile Gautier, Silva gustaba de los esquemas musicales de Poe, los mitos nórdicos atraían al boliviano Jaime Freire, y el mexicano Amado Nervo halló su filosofía en el budismo. Y sin embargo, no es privativo del modernismo algo que no debe llamarse evasión, sino recurso: poetas de todas las épocas se inspiraron en mitos remotos, religiones muertas o fueron panteístas profesionales o eligieron personajes legendarios con que crear el romance. Y así y todo, en sus poemas no hablan más que de sí mismos.
Leamos a Darío hablar de su propia obra:
“Al escribir Cantos de vida y esperanza yo había explorado no solamente el campo de poéticas extranjeras, sino también los cancioneros antiguos, la obra ya completa, ya fragmentaria de los primitivos de la poesía española. A todo esto agregado un espíritu de modernidad con el cual me compenetraba en mis incursiones poliglóticas y cosmopolitas”.
Rubén Darío nació en Nicaragua en 1867 y ya a los 20 años escribiría los versos de su libro Azul. Azul provocó la reacción en Buenos Aires de Paul Groussac, poeta francés que residiendo en Buenos Aires hasta el fin de sus días ejerció la critica desde el diario La Nación. Es el mismo Paul Groussac al que había ofendido la propuesta de Domingo Faustino Sarmiento para traducir al poeta cubano José Martí al francés. Dice de Darío: “Ese joven poeta centroamericano que llegó a Buenos Aires trayéndonos, vía Panamá, la buena nueva del decadentismo francés”, “dado el resultado mediocre del decadentismo francés, es permitido preguntarse, ¿qué podrá valer su brusca inoculación a la literatura española, que no ha sufrido las diez evoluciones anteriores de la francesa y vive todavía poco menos que de imitaciones y reflejos?”. El tiempo (no demasiado) y los lectores responderían a Groussac, entretanto, Darío publicaría Prosas profanas en 1896, un libro que influyó poderosamente a la juventud de su época. “No sólo de las rosas de París extraería esencias, sino de todos los jardines del mundo”, dice Darío. Luego, Cantos de vida y esperanza. En poemas como “A Goya”, Darío redescubre la España que había dejado de lado la generación anterior de poetas sudamericanos, románticos y militantes. El proceso independentista cicatrizaba.“Español de América y americano de España, canté, eligiendo como instrumento el hexámetro griego y latino, mi confianza y mi fe en el renacimiento de la vieja Hispania”. Bellísima es la “Letanía a nuestro señor Don Quijote”:
“Rey de los hidalgos, señor de los tristes,
que de fuerza alientas y de ensueños vistes,
coronado de áureo yelmo de ilusión;
que nadie ha podido vencer todavía
por la adarga al brazo, toda fantasía,
y la lanza en ristre, toda corazón.”
Rubén Darío murió, consecuencia de su alcoholismo, en Nicaragua en 1916.
El mexicano Amado Nervo (1870-1919) experimentó con la carne y con el misticismo, y al fin de su vida se halló en un camino sereno y melancólico, habiendo hallado los principios del budismo. Ese camino interior se puede recorrer en su obra, en la que es un consumado artífice, como todo modernista, de metros libres y musicalidad.
“Yo no tengo piedras, pues
Sólo hay en mi huerto rosales de olorosas
Rosas frescas, y tal mi idiosincrasia es,
Que aún escondo las manos tras de tirar las rosas”
En la Argentina, la mayor expresión del modernismo es Leopoldo Lugones (1874-1938), que tuvo diversas fases creativas. Las montañas de oro, en verso libre, fue llamado por Nervo “una valiente y bella audacia”. Acogido por sus colegas modernistas, Lugones fue atacado rudamente por los críticos, pero elogiado por Nervo y por Darío no se inmutó y prosiguió incorporando formas de expresión a la poesía, en la que no falta el realismo de poemas como “El solterón”.
“Tendido en postura inerte
masca su pipa de boj
y en aquella calma advierte
¡qué cercana está la muerte
del silencio del reloj!”
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