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Sagot :
TODOS CONTRA PERICLES
La oposición a Pericles fue subiendo de tono entre sus conciudadanos. Quienes antaño le obedecían a pies juntillas y sin rechistar, se atrevían ahora a censurarle en público o en privado y a dudar de su estrategia militar y de su actuación política. Se le acusaba de haber promovido la guerra por arrogancia y afán de protagonismo, pero también de haber traído la peste a la ciudad al concentrar a la gente del campo en la zona intramuros y convertir Atenas en un lugar insalubre y proclive al contagio. Pericles tuvo que defenderse desde la tribuna de la Asamblea, quejándose de la volubilidad de los ciudadanos: «Si os persuadí para que fuerais a la guerra porque pensabais que reunía las condiciones necesarias para ser vuestro jefe, no obráis con justicia si me culpáis ahora por mis equivocaciones». Por no faltar calumnias, su propio hijo Jantipo le acusó de haber mantenido relaciones sexuales con su nuera; y aun algunos osaron incriminarlo a propósito del comportamiento poco honesto de su segunda esposa, la bella Aspasia.
Por último, sus enemigos llegaron a imputarlo por malversación de fondos públicos, lo que le obligó a comparecer a juicio. Todo o casi todo valía contra Pericles, y durante largos meses toda Atenas estuvo pendiente del veredicto del jurado. No conocemos los pormenores del desarrollo del proceso; ni Tucídides ni Plutarco nos dicen quién lo incoó, ni en que términos concretos transcurrió. Se dijo, en todo caso, que sólo el orador Hipias acudió en su defensa. Al final se le impuso una multa de 15 talentos (según otros autores, 50), cantidad muy considerable que Pericles pagó con el apoyo de sus amigos. Seguramente como consecuencia del proceso fue destituido de su cargo de estratego, algo que sin duda le hirió de forma extraordinaria en su orgullo, habituado como estaba al éxito político.
EL ESPECTRO D E LA PESTE
Sin embargo, al cabo de unos meses sus conciudadanos se arrepintieron y volvieron a elegirle general con vistas a las nuevas campañas militares de la primavera del año 429 a.C. Al principio, Pericles se negó a retomar el mando y sólo accedió a ello tras los ruegos insistentes que le hiciera su joven pariente Alcibíades. Durante este último mandato abolió un decreto anterior que él mismo había hecho aprobar, según el cual sólo podían ser inscritos como ciudadanos atenienses de pleno derecho los nacidos de madre y padre ateniense. Al parecer, en este cambio de criterio hubo algo personal pues sus dos hijos mayores, Jantipo y Páralo, nacidos de su primera esposa, habían muerto a causa de la epidemia, por lo que es posible pensar que Pericles, «para que no se acabase su casa ni se extinguiera su linaje» (según Plutarco), buscara conceder la ciudadanía ateniense a su nuevo hijo, de nombre también Pericles, habido con Aspasia, una mujer extranjera.
Fue, pues, la peste la que causó nuevas desgracias y sinsabores a Pericles durante este bienio final de su vida. Como consecuencia de la enfermedad habían muerto sus dos hijos mayores y su hermana; también falleció una de sus amantes, la bella Elpinice, y tuvo que ver expirar a varios de sus amigos. Entre otras anécdotas a este propósito, se cuenta que Pericles sólo lloró una vez en su vida, al enterrar a su querido hijo Páralo en el fatídico año 429 a.C.
Pero el destino le tenía reservado ser también él mismo víctima de la enfermedad. Una vez contagiado, el mal no le atacó al principio con gran virulencia, sino que le causó unas fiebres suaves e intermitentes. Éstas, sin embargo, consumieron sus fuerzas y acabaron con su vida. Narran sus biógrafos que a pesar de tanto sufrimiento, Pericles siempre conservó su entereza de ánimo y no se dejó vencer por el dolor. Testimonia igualmente la biografía de Plutarco que cuando hubo muerto sus caballos dejaron de comer y se dieron al llanto; hermoso eco, quizá, de otros nobles corceles de la mitología griega, Janto y Balio, propiedad del heroico Aquiles, dotados de voz humana.
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